El déficit de la balanza comercial se debe a la baja competitividad

El año pasado exhibió un fuerte deterioro del balance comercial de bienes y de servicios. Si nos concentramos en bienes, la balanza comercial pasó de un positivo de u$s 1969 millones en 2016 a un negativo de u$s 8471 millones en 2017, es decir un empeoramiento de casi u$s 10.500 millones.
Por Horacio Cepeda Economista especializado en política industrial

Esto no fue sólo resultado del aumento (+19.7%) de las importaciones que alcanzaron un nivel de u$s 66.899 millones, alejadas del récord de 2013 con u$s 74.442 millones, sino el pobre desempeño de las exportaciones (+0,9%) alcanzando u$s 58.428 millones.

Aquí hay que señalar dos aspectos. Primero, las exportaciones están fluctuando en el orden de u$s 58.000 millones en los últimos tres años y se encuentran a casi u$s 25.000 millones del récord de 2011 (u$s 82.981 millones) resultado del aumento sustantivo de precios internacionales y las buenas condiciones del mercado global. Que en términos del intercambio no hubo cambios significativos con respecto a los años anteriores y que las cantidades exportadas están más o menos estancadas para el mismo periodo
En un contexto internacional donde, salvo en 2015, el comercio está evolucionando lenta pero positivamente, el desempeño de nuestro país fue peor que el comportamiento general
Se podría decir que, en el sector productor de bienes, Argentina está mostrando las señales de una enfermedad, y que ésta se vincula con la falta de una oferta adecuada a la demanda mundial y a la baja competitividad de mucho de lo que produce, salvo contadas excepciones, más que a los resultados de mercados mundiales que están cerrados o a la exacerbación del proteccionismo.
Explicaciones se pueden encontrar muchas, pero existen dos señales que importa remarcar: fuerte retroceso de las exportaciones de productos industriales y fuerte retracción de productos de las economías regionales. En ambos casos existe un problema de precios relativos, ineficiencias sistémicas y fundamentalmente necesidad de inversión y aggiornamento tecnológico.
En este punto aparece el problema. No hay suficiente inversión en el país y la que está habiendo no se destina a bienes de capital reproductivo sino principalmente a obra pública y servicios. Esto no es negativo, lo negativo es la escasa inversión en sectores productores de bienes transables.
La inversión en estos sectores depende de las decisiones empresarias y estas ven falta de rentabilidad, tanto absoluta como relativa a otras actividades, y problemas de competitividad internacional (precios relativos).
Por eso, para poner orden en las prioridades, si pensamos que el problema está afuera, que el mundo está cerrado, la respuesta adecuada es negociar acuerdos para abrir mercados, pero si el problema es de oferta, nos encontraremos al día siguiente que no tenemos que vender o no podemos hacerlo por limitaciones propias, salvo para los productos agropecuarios con baja elaboración, donde efectivamente vendemos lo que nos quieren comprar y no manejamos ni precios ni mercados.
Si queremos participar en el comercio mundial con una inserción que permita la sustentabilidad del crecimiento, claramente la prioridad es ajustar los incentivos para que el sector privado invierta e invierta en la producción de bienes y que estos sean fundamentalmente transables.
Si no tenemos una propuesta que estimule el aumento de la producción y exportación de bienes, existe la amenaza de recaer en la repetición de los ciclos de stop and go. Momentos felices en los que pensamos que superamos para siempre la restricción externa y podemos crecer indefinidamente y la cruel realidad de darnos cuenta, más tarde, que no.